Seguimos en la preventa de Una corona de flores, una de esas aventuras que destilan amor por los cuatro costados. Ángel Vela, su autor, hace una descripción imponente del lugar, dejándonos detalles como estos, que dan una vida más a una trama que solo podría haber ocurrido aquí: en el Valle de Hecho en la actualidad.
Disfrutad de este fragmento del libro y no olvidéis que sigue en preventa.
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El Valle de Hecho, conocido también como la Val d’Echo en aragonés, es uno de los grandes valles del Pirineo Aragonés. Ubicado en su parte más occidental y atravesado por el río Aragón Subordán, este paraje es habitado por la humanidad desde el 3000 a. C, cuando grupos itinerantes de cazadores-recolectores se asentaban estacionalmente en él. En la Edad Media fue el crisol en el que se fundó el Reino de Aragón, que acabó siendo una de las potencias mediterráneas de la Baja Edad Media. Durante los tres siglos que nos preceden, ha sido un espacio habitado por gentes duras y resilientes: pastores que han cuidado rebaños en un entorno hostil tanto por su orografía como por su fauna y contrabandistas que cruzaban peligrosas sendas de montaña moviendo mercancía entre Francia y España, con habituales enfrentamientos con la Guardia Civil. También sufrieron duramente las guerras acontecidas en territorio español, siendo sus pueblos bombardeados tanto por el ejército napoleónico como por el ejército sublevado franquista.
El valle se caracteriza por tener dos temporadas, al igual que los otros valles del Pirineo Central; una estación fría, que arranca a finales de otoño y pervive hasta mediados de la primavera, y una estación cálida, iniciada en mitad de la primavera y que se estira hasta el otoño. Esta estación fría trae consigo grandes nevadas y heladas, aislando muchas veces a los pueblos. En otros valles, esto ha sido sinónimo de temporada de esquí, pero el Valle de Hecho se ha mantenido virgen, existiendo un debate político regional sobre si abrazar este tipo de turismo o mantener la montaña de forma natural. La temporada cálida se anuncia con grandes riadas por el deshielo, cubriéndose la montaña de hermosas flores. El clima se torna fresco, teniendo grandes diferencias con el «llano» (que es como se conoce a la parte de Aragón que continúa desde el Bajo Pirineo) de entre 10 y 20ºC.
Las gentes del lugar tienen una personalidad característica reconocida en el resto del territorio, siendo conocida como montañeses. Son gente ruda y de pocas palabras, pero a la vez muy familiar y estrechamente vinculada al territorio. El trabajo ancestral de este lugar es la ganadería extensiva, especialmente de vacuno, siendo habitual ver a vacas pastar por los senderos transitados por turistas, aunque también existen grandes rebaños de caballos, ovejas y cabras. En los últimos años ha cobrado gran importancia el sector terciario, enfocado al turismo (con especial foco en la etnografía y los deportes de aventura en la temporada cálida) y la artesanía, esencialmente alimenticia, con productos como quesos, embutidos u otros. A nivel regional, hay dos marcas que destacan especialmente: las galletas Chesitas y la cerveza Pirineos Bier.
El valle atesora un gran patrimonio cultural, destacando el cheso, una de las variantes lingüísticas del aragonés. Repartidas por el Valle se encuentran joyas del románico, estilo arquitectónico con gran presencia en la zona, como el monasterio de San Pedro de Siresa. Destaca también, en el ámbito etnográfico, las danzas tradicionales llamadas palotiaús o paloteados, donde los danzantes percuten palos entre sí a la par que bailan, y la indumentaria tradicional heredada, el traje cheso, que es habitual ver en fiestas, actuaciones folclóricas o eventos personales tales como bodas y bautizos.
La figura del montañés
Existe un reconocimiento en todo el espacio geográfico de Aragón a las gentes que viven en el Pirineo como montañeses. Este seudónimo no representa únicamente que su vida transcurra en las montañas, pues hay otras montañas habitadas en Aragón, sino que representa un determinado carácter y pautas sociales muy característicos de este entorno.
Las gentes que viven en los valles del Pirineo tienen fama de pragmáticas, duras, resilientes y reservadas, viéndose esto como un eco de vidas pasadas dedicadas a oficios duros tradicionales, como el pastoreo y la confección de sus resultados, en una geografía peligrosa y abrupta, poblada por fauna hostil y peligrosa (como el oso y el lobo hasta hace menos de un siglo) y unos inviernos extremadamente largos y duros.
Esto también construyó unas estructuras familiares propias del lugar, como era la Casa. En ella, se priorizaba la supervivencia de la familia y linaje sobre la expansión de este. Una Casa recogía a una familia, en la cual el hijo mayor tenía la autoridad y heredaba todas las propiedades, mientras que los hijos menores ocupaban el lugar de tiones si decidían trabajar para este (lo que implicaba no poder casarse y formar una familia) o tomaban una labor lejos del lugar, ya fuera como inmigrantes o como militares y eclesiásticos. Las mujeres, en aquel entonces, buscaban desposar un hijo mayor u ocupar un lugar como tionas en la casa, realizando tareas en el hogar familiar.
Esta estructura, propia de unas dificultades que hoy día no existen, lleva en desuso desde mediados del siglo XX, siguiendo estructuras familiares modernas. Aunque sí pervive la costumbre de que la gente en este lugar se refiera a sí misma antes como casa que como familia y aún queda gentes que perviven como tiones, trabajando en negocios familiares.
Si bien los montañeses no son hostiles a las gentes del llano, que es como llaman a cualquier ciudadano ajeno a estos territorios, si tienen algunas diferencias con estos y son suspicaces ante muchas gestiones llegadas de Zaragoza o Madrid. A día de hoy hay enconados debates entre ambas partes, como la reinserción del oso en el Pirineo, al cual estas gentes se oponen por su impacto en la ganadería y la falta de ayudas ante sus ataques.
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