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Empezamos la semana explicando que podéis encontrar en la página web, nuestras preventas y los nuevos Shadowshots que han entrado últimamente en la suscripción del mismo nombre.
También os presentamos una ficción sonora basada en Cazadores de sueños de París, una ambientación para el Rastro de Cthulhu creada por Álvaro Loman, hoy el primer capítulo de cinco que iremos poniendo como bonustrack en los pódcasts de la semana.
Mi nombre es… No recuerdo cuál es mi nombre.
Sé que me llaman Merlot, pero sé que no es mi nombre, sino mi variedad de uva favorita.
-¡Merlot, baila y te pago la próxima!
-Me apuesto un franco a que Merlot puede aguantar cinco puñetazos seguidos.
-Maldito vago, Merlot. ¡Vete a otra taberna a dormir la mona!
Supongo que bebía para olvidar, pero lo he hecho demasiado bien y ya no es necesario. Ahora simplemente bebo porque es más fácil que no hacerlo. Mi alma tiene una sed irrefrenable y mi cuerpo solo quiere olvidar la última paliza, la última vejación bajo el puente del Sena. Porque sí, no recuerdo mi nombre pero sí sé que vivo en París. No en una casa en París, sino en la propia ciudad. Mi dormitorio es un parque, mi comedor un cubo de basura y mi baño cualquier pared con un mínimo de intimidad.
Las noches se confunden cuando vives en la calle. Solo existe el atenazante frío del invierno y el apestoso calor del verano. Todo lo demás se desdobla. Las comidas calientes no llegan como un reloj sino más bien como botellas lanzadas a un mar enbravecido que solo a veces devuelve algo más que dolor y rabia.
Pero de todos los posibles regalos envenenados que me ha podido hacer París, el peor de todos llegó hace poco. En forma de sueño.
Esa noche bebí de más. Eso no significa resaca y cuerpo dolorido, eso es lo normal. Beber de más para mí es vomitar sangre y perder la visión durante horas. Es aterrador, pero la alternativa sería no beber. No soy capaz de la alternativa.
Buscaba algún sitio donde dormir. Una basura rezumante, para que su calor me acompañara durante esa noche otoñal. Un sitio lejos de las tabernas, para que ningún gracioso achispado sintiera la tentación de entretenerse con mi pobre cuerpo dolorido. No sé cuánto tiempo estuve dando tumbos; caminando, cayendo, levantándome y volviendo a caerme.
Solo sé que me desperté y el sol me golpeaba en los ojos. No era el sol al que estaba acostumbrado. Era más bien como si lo viera a través de una gasa verde. Me había quedado dormido en la orilla del Sena, con los pies dentro del agua. Pero no era el Sena, sino un mar sin final, con criaturas zancudas del tamaño de la Notre Dame danzando a sus anchas, sin meterse con nadie, andando por encima de los barcos que venían a la ciudad.
No estaba ya en París, pero alguien me ayudaba a levantar. Era un hombre vestido con ropa de arpillera, como un campesino. Tenía las manos sudorosas. No, eran sudorosas. Eran… húmedas. Como un sapo o el ojo de un besugo. Algo me decía que no era humano, pero no era capaz de enfocar la vista para saber qué era lo que le convertía en NO humano.
La costa me golpeaba en los pies mientras el hombre intentaba levantarme. Me habló en una lengua que parecía un diálogo de dos serpientes y una rana. Sonidos que no creo que una garganta humana pudieran realizar.
Aun así, entendí perfectamente lo que me dijo:
“Bienvenido a Hlanith”.
La música del relato es de Dominique Charpentier
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