Las vacaciones de la Muerte

                                                             Relato de Ana Belén Herrera de la Cruz

Jardín de La Muerte, de Hugo Simberg

La Muerte estaba aburrida. Llevaba un año de Apocalipsis y la muerte, a la Muerte, ya no le hacía ilusión.  Los deseos de hecatombe que se le despertaron los días anteriores al fin del mundo le habían tenido alborotada. Y no es que no estuviera acostumbrada a matar, era su trabajo, pero una cosa era hacer la recogida diaria de almas: viejos, enfermos, víctimas de las guerras y los desastres naturales, mártires infantiles, tocados por la locura, caídos voluntarios, fiambres accidentales… eso tan solo en el sector humano. Y otra diferente era acabar con todos y con todo. Llevaba mucho tiempo esperando esta expansión absoluta, el reconocimiento a tantos milenios de dedicación, pero con el paso de los meses y los muertos, se había ido esfumando su euforia inicial. Se estaba deprimiendo.

Así que un día, mientras se encargaba de acabar con los supervivientes obstinados de una ciudad en ruinas, lo decidió: se cogía vacaciones. Además, si llevaba hasta el final el Apocalipsis, ¿en qué se entretendría después? Nunca había estado de vacaciones y no sabía muy bien qué hacer o a dónde ir. Comenzó dando un paseo. Y sonrió contemplando las hermosas vistas del desastre que había producido. La verdad es que lo estaba haciendo muy bien. Tras largo rato de deambular entre cadáveres, llegó a la conclusión de que lo que más le apetecía hacer era reconstruir el mundo. Ya había encargados de la reconstrucción enviados por fuerzas adversarias del cielo. Pero hasta ahora no habían tenido mucho éxito, no eran tan fuertes ni tan entregados como la muerte. No le resultó muy difícil encontrarlos. Los devoró. Y se puso manos a la obra.

Tras quinientos años de vacaciones reedificadoras, solo matando cuando era necesario, paró y se dio otro paseo. Se sintió muy orgullosa de sí misma, era toda una artista. Pequeños núcleos de vida resurgían por todas partes. Todavía eran frágiles pero estaban bien organizados  La carencia de recursos había unido a los pocos habitantes de esta nueva era y no lo pasaban del todo mal. Trabajaban lo justo para funcionar, tenían tiempo libre. Relajados se reproducían, ingeniaban, se divertían. Y de repente la Muerte lo vio: sacrificios de sangre aquí y allí para dar gracias a la Muerte, por la vida. Rituales de vírgenes a cuchillo, de niños sin cabeza, de corazones al aire. Y la Muerte se excitó. Quiso más. Se relamía con las ofrendas, sacaba pecho. Quizás era el momento para una guerra, pensó. 

Se acabaron las vacaciones.

Lo bueno, si breve, dos veces bueno

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¡MEMENTO MORI!

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